El papel de la comida en mi vida.

Cuando comemos más de lo que necesitamos tenemos una sensación de sobrecarga que nos impide estar bien donde estamos. Nuestra atención se centra en nuestro malestar, porque éste ocupa todo el espacio. Si estamos sentados parece que no cupiéramos en la silla o la ropa, pero no tenemos ánimos de ponernos de pie y salir a caminar. Así, el malestar nos invita a dormir. Lo que estaba ocurriendo en ese momento deja de importar. Si estábamos en medio de una discusión importante, íntima, profunda, álgida o divertida, de pronto todo pasa a segundo término. Sólo cuenta mi cuerpo y el exceso. Si éste fue producto del rompimiento de una dieta, esto es peor. Mi voz interna empieza a repetirme todo aquello que me digo cuando dejo cualquier régimen alimenticio. El odio corre por mis venas, y este proceso puede durar horas o días. El sueño generalmente me alivia un poco… hasta que despierto. — Fernández Espinosa.1

Cuando comemos más de lo que necesitamos tenemos una sensación de sobrecarga que nos impide estar bien donde estamos. Nuestra atención se centra en nuestro malestar, porque éste ocupa todo el espacio. Si estamos sentados parece que no cupiéramos en la silla o la ropa, pero no tenemos ánimos de ponernos de pie y salir a caminar. Así, el malestar nos invita a dormir. Lo que estaba ocurriendo en ese momento deja de importar. Si estábamos en medio de una discusión importante, íntima, profunda, álgida o divertida, de pronto todo pasa a segundo término. Sólo cuenta mi cuerpo y el exceso. — Fernández Espinosa.

La relación con el mundo se reduce a la relación de mi fuerza de voluntad con mi cuerpo. Nada ni nadie cuenta más. Así, cualquier cosa puede dejar de ser importante. Mientras estoy comiendo, sólo tengo que decidir si me serviré un poco más o si terminaré este plato aunque no pueda más. Básicamente, la decisión tiene que ver con seguir relacionándome con los otros y asumir las consecuencias o centrar mi atención en mí misma y dejar de atender a los demás.

Es mucho más fácil vérmelas con mi peso que con mis relaciones, sobre todo con quienes convivo, ante los cuales soy vulnerable, por el amor. De esta manera la comida empieza siendo una tentación, un bocado más, una amiga, y acaba siendo mi enemiga mientras dura el trance del odio a mí misma.

Aparentemente es más fácil manejar el odio a uno mismo que los desacuerdos, los enojos, la decepción, el dolor a causa de otro. Y mientras no tenemos los recursos para hacerlo, sí, es cierto, la comida me ayuda a ocultar la verdad, cualquiera que ésta sea.

Las experiencias que vivimos con otros, generalmente, nos impactan. Este impacto se registra en el cuerpo por medio de una sensación física. Cualquier sentimiento primero se percibe así. El estómago reacciona ante el miedo o el enojo, el hígado ante un gran disgusto, el pecho se expande con la alegría, los genitales se contraen ante el terror. Del impacto primero, pasamos al registro mental del significado del evento. Así, podemos nombrarlo y calificarlo, y por lo tanto reaccionar. Pero cuando no tenemos capacidad para una reacción adecuada, por sus consecuencias (como poner un límite, rechazar algo que nos duele, decir acepto, o no acepto, etcétera) necesitamos rápidamente anular estas sensaciones o sus significados…

  1. Fernández Espinosa (2002). ↩︎

Publicaciones Similares

Deja una respuesta